jueves, 31 de mayo de 2007

Puertas


Estos últimos días no estoy escribiendo nada, o casi nada, en el blog, pero por el contrario no paro de pensar. Y uno de mis últimos pensamientos vierte sobre un elemento de la casa al que no le damos demasiada importancia: Las Puertas. Nadie piensa demasiado en las puertas, pero son un hecho básico en la existencia del espacio personal. Si no tuviéramos puerta, no tendríamos casa, ni hogar. El hecho trivial de cerrar la puerta de casa, nos permite despegarnos del mundo exterior y considerar ese espacio, en muchos casos minúsculo, como nuestro hogar, nuestra "república independiente". Pero incluso dentro de la casa, las puertas tienen su importancia. Tenemos puerta en el lavabo para encontrar nuestra más íntima intimidad. ¿Quién no ha simulado estar sentado en el water para leer las últimas líneas de un libro, releer un "Jueves" del año 1986 o hacer trabajos manuales? La puerta en la cocina nos permite, cuando está cerrada, dar una sorpresa a nuestra pareja preparándole una cena especial... Cuando en la calle hay obras, cerramos la puerta del balcón...

Por el contrario, somos tan curiosos los seres humanos, que deseamos cerrar la puerta de casa para sentirnos más seguros, cómodos, pero en el mundo de los deseos, pensamientos, esperanzas, nos cuesta un mundo cerrar puertas y sólo nos planteamos abrirlas. Fijaos!! Cuando encuentras un antiguo amigo te puede decir: "Estoy buscando trabajo, enviando curriculums... Ya sabes, abriendome nuevas puertas". Rara vez te confiesan que esta obertura de puertas implica la cerrazón de otras. Cuando abrimos puertas a nuevos proyectos, ideas, por definición significa que cerramos otras. Mis pensamientos durante estas semanas se encaminan hacia aquí: Al beneficio que implica cerrar puertas, un beneficio igual al de abrirlas. Cerrar puertas no implica perder oportunidades, simplemente es buscar por otros pasillos. Al ser humano nos cuesta mucho cerrar puertas, siempre cuando abrimos una, dejamos otra medio abierta, por si acaso, por si debemos volver atrás y retractarnos. Por mi experiencia, normalmente, nunca volvemos atrás... Y si volvemos al mismo punto del que hemos salido, nunca es en línea recta, siempre es dando un rodeo, abriendo y cerrando puertas que finalmente nos llevan al mismo punto, pero (y esto es lo importante) siempre cambiados. Porque esto es lo esencial, lo universal, lo mejor... El hecho de abrir y cerrar puertas nos permite conocer nuevas habitaciones y enseñar nuestras experiencias a sus habitantes. Cuantas más puertas abramos y, según mi opinión, cerremos mejores seremos o, almenos, más sabremos.

Mi sugerencia de esta semana, como no podía ser de otra manera, es la película "The Cube".

viernes, 18 de mayo de 2007

Compañía y birras

Fin del horario laboral y el metro cargado de ilusiones que viajan al centro de la ciudad a realizarse. Una carrera entre la gente que se emboba con las estatuas humanas y un retraso de una media hora a la cita. Dos amigos esperando con el apoyo de unas cervezas y la llegada a su mesa, los apretones de manos, los saludos, las risas, el "sigues igual" y el "tú sí que has cambiado". "¿Cómo va todo?", "Bien, como siempre", siempre va bien y los problemas se quedan tras la puerta cuando la compañía es grata. Y las conversaciones se solapan, evolucionan, se transforman, las hay superfluas, otras profundas, de todos los colores y para todos los gustos. Y "¿otra ronda?", "Por supuesto", y las cervezas frías llegan, de tres en tres, sustituyendo a las calientes. Y afloran los recuerdos, y vuelan las ilusiones. Y ya es hora de cenar y todavía el estómago no nos regaña. "¿Otra?". "¡Otra!". Y el fatídico "Bueno, yo me tendría que ir yendo", y las sillas se retiran, como los comensales. Y la despedida en la calle se alarga, porque así debe ser. Y la calle es testigo de la promesa que esas tres sombras conjuran: "Hasta pronto".

Dedicado a los tres mosqueteros.

Libreta no es igual a blog

Ayer me encontré por la calle con el Capitán Garfio por casualidad (como él siempre afirma), y me dijo con cierta malicia: "Oye, Pan, veo que no has actualizado tu blog desde hace dos semanas. ¿No te habrás quedado sin imaginación, sin inspiración, verdad?". Le dije que no, pero él expulsó una carcajada que llevaba siglos custodiada por su envidia. "Ya, ya. Eso es lo que dicen todos...", y añadió con tono burlón: "Me estoy tomando un año sabático". Yo le contesté malhumorado: "No he dejado de escribir. Lo que pasa es que ahora estoy muy ocupado escribiendo en mi libreta y no tengo tiempo de escribirle a la pantalla de ordenador". El Capitán Garfio reprimió por un momento sus risas, me miró de arriba a abajo y volvió a reírse, ahora con más ganas todavía. Se giró, levantó la mano y, entre las carcajadas, soltó un "ya nos veremos". ¿Por qué será que estoy convencido de que nos volveremos a ver y que, irremediablemente, volverá a reírse de mí?

miércoles, 2 de mayo de 2007

La primera vez

Wendy experimentó hace pocos días una nueva "primera vez". Mucho se ha escrito sobre "la primera vez", se han compuesto muchas canciones, muchos poetas le han puesto rima y muchas películas le han puesto los violines a la escena. Por otro lado, hay muchas primeras veces: la sexual, por supuesto, pero también el primer trabajo, el primer amor, el primer hijo... Wendy vivió una de estas primeras veces.

Yo estaba en la habitación vistiéndome, mientras Wendy estaba en el lavabo. De pronto, escuché un grito desgarrador y corrí hacia el baño. Abrí la puerta y encontré que, de la cortina de la ducha, salía una mano con un objeto en su interior. Mientras, Wendy, entre risas, me decía: "¿Me puedes ayudar? Coge esto". Alargué la mano y Wendy depositó en mi palma las gafas. Ambos reímos.

Si no recuerdo mal, Jordi en su blog "Paraguas en llamas" comentaba hace un tiempo esa sensación extraña que uno siente, debajo de la ducha, cuando ve caer las gotas de agua encima suyo y no tiene la tentación de cerrar los ojos. A todos los miopes nos ha ocurrido alguna vez, siempre hemos de pasar por esa primera vez... Una primera vez iniciática e imprescindible en la que te sientes como un tonto. Por suerte, para nuestra autoestima, siempre nos queda ese comentario absurdo y totalmente incomprendido por el resto de mortales que no usan gafas: "Ahora, por fin, estarán límpias".