miércoles, 6 de junio de 2007

Papelotes

Me levanté y puse la radio. Las voces comentaban que ETA había puesto fin a la tregua. Mientras, yo me tomaba una aspirina, el costipado no remitía y la tos convulsionaba todo mi cuerpo. Tras el segundo cigarro de la mañana y los 300 tosidos posteriores decidí que ese era el día más adecuado para hacer una visita a mi antigua facultad. De hecho, había conseguido superar la última asignatura hacía unos 11 meses, pero nunca había encontrado un día mejor para ir a pagar el título. Lo confieso, tenía pavor a que llegará ese día. Tenía un terror irrefrenable al momento de ir a pagar, ya que me imaginaba la cara extrañada de la secretaria diciéndome: "Pero... aún te falta una asignatura por aprobar!". Mi autoestima no lo habría superado nunca. Aún así, ese día era el mejor y, por eso, me decidí, cogí el coche y, entre oraciones, fui hacia mi destino a la espera de lo que me deparara.

Llegué a la universidad en apenas 15 minutos, no me dio tiempo a acabar el rosario, cerré el coche y me dirigí hacia la puerta. Allí se encontraba fumando una antigua profesora con la que había compartido muchos cafés y confesiones sobre el mal funcionamiento de la facultad. Tal como me iba acercando, me di cuenta que no recordaba su nombre. "¿Qué tal, Jordi? ¿Qué haces aquí? ¿Vas a incendiar la facultad?", me saludó entre sonrisas. Todavía obsesionado por su nombre le respondí lo que se suele decir en estas ocasiones: "No, vengo a pagar el título". Estuvimos hablando de la vida durante unos cinco minutos. Fue una charla bastante agradable, ya que me permitió conocer el estado profesional de algunos ex-compañeros. Siempre tuve la sensación de que yo era el último paria de mi promoción. Ella me aseguró que poca gente trabaja de lo que estudiamos, y los que lo hacen cobran unos sueldos míseros. Justo en el momento de la despedida, recordé su nombre: "Adiós, Carme, hasta pronto!!".

De esta manera me dirigí hacia la secretaría. La secretaría de mi facultad ha sufrido algunas metamorfosis desde que yo ingresé por primera vez. Antes, era una pared con todo de ventanillas a modo de taquillas, donde los estudiantes se agolpaban en larguísimas colas. Esta disposición tenía sus alicientes: podías ver como tres personas trabajaban mientras el resto, unos cinco, se tocaban los melocotones al más puro estilo "funcionariado español". Pero, un día, de buenas a primeras, instalaron unas mamparas que impedían la visión de estas acciones y en la entrada pusieron un expendedor de números al estilo carnicería. Cogí un número del expendedor, por suerte sería el próximo en entrar. Cuando me tocó, me senté nervioso ante la secretaria y le expliqué la razón de mi visita.

Odio el protocolo de los diferentes servicios al público que trabajan con ordenadores: INEM, Universidades, Servicios Sociales, Administración... Tú explicas la razón por la que has ido, te piden el DNI y pasan cinco, diez, veinte minutos tecleando el teclado, mirando la pantalla del ordenador, e ignorando tu presencia... Nunca sabes si te aceptarán o no, si tus datos están bien o no. De pronto, te ves jugando con la cremallera de tu chaqueta, leyendo las instrucciones de desalojo en caso de incendio o mirando atentamente e interesantísimo como alguien está haciendo fotocopias. Al cabo de un siglo, la secretaria me pidió la targeta de crédito. "Bien, eso quiere decir que tengo el expediente bien y que no me falta ninguna asignatura". La chica desapareció y al cabo de dos minutos volvió a aparecer con una factura de 155 Euros. Estuve a punto de reclamarle que cada año estudiado yo había pagado unos 600 euros, que por qué por un trozo de papel me piden más que por una asignatura. Pero como todo el mundo, firmé la factura, recordando mi demora durante casi un año a hacer este paso administrativo. Al acabar, le pregunté cuanto tardaría en recibir el título. "Unos dos años, tirando a tres". En ese momento, me imaginé a unos escribientes vestidos de monjes jesuítas dibujando con una pluma de gaviota los ribetes y las letras del siglo XIX por los que aún se carcaterizan los títulos formativos en este país. No me extraña que el papelito en cuestión tarde dos años en llegar de Madrid a Barcelona, la tinta de calamar extendida por una pluma de gaviota tarda meses en secarse. Además, el título irá firmado por el Rey y, claro, el Rey está muy ocupado firmando cosas.

Al llegar a casa puse la televisión y vi un debate sobre la investigación universitaria. En el debate, había tres investigadores españoles que trabajaban en la Universidad de Oslo. El presentador les preguntó: "¿Por qué os fuisteis a Oslo si vosotros sois de Fuenlabrada?". Uno de los invitados le respondió: "En España las ayudas para investigación y formación son escasas, sin embargo, en Oslo nos acogieron con los brazos abiertos y nos dan unas ayudas económicas que nos permiten centrarnos en la investigación." Lógico, además, seguro que cuando acaben la investigación, no tardarán dos años en recibir el papelote correspondiente.

1 comentario:

Jordi dijo...

Como venganza, puedes hacer como yo: abandonar el papelote en la secretaría. El mío ya lleva allí unos 14 años. De vez en cuando me envían una carta para que vaya a recogerlo. Ni caso. Iré cuando me haya jubilado y tenga muchos días libres.