Recordando mi adolescencia, me he encontrado pensando en un actor que nos ha acompañado casi anualmente durante las últimas dos décadas y media: Tom Hanks. Es uno de los pocos actores que pueden enorgullecerse de una evolución dentro de su carrera artística. Comenzó en el mundo de la comedia-adolescente-inocentona-pero-salida-a-la-vez con películas como "Despedida de soltero", "Un, dos, tres... Splash" y "El hombre con un zapato rojo" a mediados de los ochenta. Pero a partir de 1993, con el estreno de "Philadelphia", se le puso la etiqueta de actor serio que puede hacer reír a la vez. Desde entonces, "Forrest Gump", "Apollo 13", "El Código Da Vinci" y un largo etcétera. ¿Por qué hablo de Tom Hanks? Pues, porque una de las películas que más me gustaron en su momento fue "Esta casa es una ruina". Comedia hilarante sobre una pareja que se compra una casa, cuya rehabilitación es un cúmulo de desastres. Con esta película, me rompía a trozos de tanto reír. Nunca, ni en mis peores pesadillas, pensé que podría repetir la frase "Esta casa es una ruina" con tanta frecuencia.
Hace tres años que Wendy y un servidor comparten un bonito piso. Parecía perfecto el primer día, repito parecía... porque las sorpresas acechaban entre las paredes, debajo del suelo y encima del techo, por los rincones más insospechados... Los grifos se caen cada dos por tres y hay que recomponerlos. El calentador se apaga cada cierto tiempo, avaricioso de protagonismo. Un protagonismo que, por cierto, fue exclusivo de la cisterna cuando decidió dejar de funcionar de manera unilateral y, encima, sin avisar. Mi vecina me persigue desde hace meses porque tiene filtraciones que, según parece, proceden de mi terraza, a lo que yo le argumento, sin ningún éxito, que esto es cosa de la comunidad y que yo no puedo hacer nada. Y durante dos días no tuvimos luz porque estaban reparando la instalación del edificio. Lo último que nos faltaba era un reventón del vecino que nos dejó sin agua durante un día. En una improvisada asamblea constituída a las 22:00 por parte de los cuatro vecinos del ático nos explicamos nuestros particulares desastres y, en cierto momento, uno de ellos se atrevió a preguntar: "¿Habeis visto los escarabajos que se pasean por la escalera?". "SÍ!!", respuesta unánime y cierto bienestar, ya que podíamos compartir nuestras preocupaciones sin tener que sufrirlas en silencio, como las hemorroides.
El vecino de al lado, el que pone ópera japonesa (es cierto) cada sábado a las 09:00 de la mañana y al que le contesto con mi discografía completa de Marilyn Manson, explicó que es una plaga común a toda Barcelona, son escarabajos rojos, americanos, que no surgen por la suciedad, sinó que buscan los restos de comida, y que nuestros insecticidas poco pueden hacer contra ellos, simplemente debemos tener limpia la casa y esperar a que haga un poco más de frío hasta que se mueran. "Como se puede ser tan creído", pensaba yo, mientras lo escuchaba con mi máscara de máximo interés. De eso hace ya unas dos semanas y la verdad es que, desde entonces, con las bajadas de temperaturas en Barcelona, ya no he visto más escarabajos paseándose por el rellano. Quizás, después de todo, tuviera razón.
PD: ¿Sabíais que la primera aparición de Tom Hanks fue en la película de terror "Sabe que estás sola"? ¿Y que su segunda aparición fue en un capítulo de la serie televisiva "Vacaciones en el mar"? Todos tenemos un pasado!!!
sábado, 20 de octubre de 2007
miércoles, 3 de octubre de 2007
Normalidad
La ciudad ha vuelto a su normalidad apacible, a su rutina imperturbable. El Metro vuelve a pararse en medio de los túneles, los autobuses llegan con retraso, los pitidos de los coches son constantes y las sirenas de entrada de los operarios a las obras públicas vuelven a sonar a las ocho en punto de la mañana. Ya se ha perdido el ambiente y el aroma de vuelta de vacaciones y de regreso a la vida cotidiana que impregnó Barcelona durante las primeras semanas de septiembre. Como en año nuevo, la gente reemprende la vuelta con nuevos y mejores propósitos. Durante septiembre, los quioscos se han atiborrado de fascículos coleccionables. Ahora, a primerías de octubre, los quioscos están un poco más sosegados, ha pasado la novedad, la gente que comenzó la colección de sillas en miniatura de la época victoriana ya no tiene espacio en su casa para las miniaturas después de cuatro entregas o han pensado que gastarse 12 euros cada semana para tener sillas de 10 centímetros de altura no tiene sentido. Todo vuelve a la normalidad, como digo. Una de las cosas que me extrañó más en septiembre fue ver tanta gente por Barcelona con instrumentos musicales a su espalda. Claro, uno de los propósitos más solicitados, además del de dejar de fumar y el de aprender un idioma, es el de aprender a tocar un instrumento. Desde hace un par de semanas, ha vuelto la normalidad y cada vez veo menos instrumentos por la calle. Curiosamente, ayer me encontré con mi vecino que, desde el 1 de septiembre, sale de casa con una guitarra a cuestas. Ayer también la llevaba. "¿Qué? ¿Cómo van las clases?", le dije para ser simpático. "Estúpendo, ya sé los acordes básicos", me respondió con una sonrisa en la boca. Bien, toda regla de normalidad necesita su excepción.
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