viernes, 18 de julio de 2008

El fin del mundo (o, en su defecto, de los descampados urbanos)

Wendy y un servidor poseemos un coche. Mejor dicho, es un vehículo de cuatro ruedas de unos 20 años; con pocos quilómetros en su motor, pero con muchas manos en su volante; cuya radio se come nuestros maltrechos cassettes, y con una enfermedad crónica de dirección, que precisa una intervención dificilísima y carísima. Tiene una característica muy peculiar: Su antena de radio no es tal, sino un alambre muy grueso doblado por un centenar de puntos, como si el viento lo hubiera deformado a su antojo. Más que un coche, a veces me recuerda a un 'Snorkel'. Aún así, como si de un hijo echado a perder, Wendy y yo no podemos evitar decir, en cuanto lo miramos, "pero es nuestro coche".

Debido a los problemas de aparcamiento de mi barrio, hace una semana lo aparqué en el último descampado que queda en mi barrio. Ayer a las 8:30 de la mañana me llamó Wendy al móvil muy alarmada: "Peter, el descampado ha desaparecido... Y con él, nuestro coche. Levántate de la cama y ve a buscarlo, por Dios!".

Como pude, me levanté de la cama y salí a la calle dispuesto a rastrear el dichoso descampado volátil. Y me quedé asombrado ante la visión que apareció ante mis ojos. Dos días antes, era el típico descampado, con sus cientos de coches aparcados anárquicamente, sus regateras en la tierra provocadas por las lluvias de mayo, árboles moribundos repartidos aquí y allí por el azar, su polvo, su arena como suelo, algún que otro grupo de gente bebiendo de tetrabriks junto a una furgoneta con la puerta trasera abierta, y algún que otro indigente paseando entre la basura que se acumulaba en sus rincones. Ayer por la mañana, el descampado era un estepa sin árboles, con algunas excavadoras en el horizonte, el suelo era totalmente liso... Y lo más importante, no había ningún coche.

Regresé corriendo a casa y llamé a información de gruas municipales. La chica al otro lado del hilo me explicó que mi coche no estaba en ningún depósito municipal (como temía, al igual que temía la multa por liberarlo del encierro), sino que los operarios de la grúa me lo habían movido de sitio. Continuaba en el descampado, pero en una zona que por la inclinación yo no había podido ver antes. Me salió la risa tonta y le expliqué a la chica que "menos mal, porque, claro, yo no lo había aparcado mal y como no cojo el coche cada día, claro, no sabía que había obras, y menudo regalito tener que pagar una multa por unas obras municipales, y que muchas gracias por la información y que disculpe las molestias...". La chica contestó un simple y seco: "De nada, adiós." y colgó. Mi enojo por su actitud quedó eclipsado por las buenas noticias.

Fuí de nuevo al descampado por la parte de atrás y allá estaba mi 'snorkel', entre dos furgonetas que lo protegían, todo lleno de barro y polvo debido a las condenadas obras. Mientras arrancaba el coche, pensé que en Barcelona cada vez quedan menos descampados donde aparcar el coche gratuitamente y cada vez hay más zonas verdes donde aparcar el coche pagando...

Por la noche, Wendy me preguntó por el coche, sólo le pude responder que la gente cada vez me parece más rancia refiriéndome al tono usado por la chica del teléfono informativo... "Yo, que estaba tan feliz por saber donde estaba mi coche, sumado a la alegría de no tener que pagar una multa, le había querido expresar a la chica de información mi agradecimiento hacia las autoridades, que, en contra de lo que dice la gente, a veces sí que mira por la gente y se comporta de forma lógica, desplazando el vehículo a otra parte en lugar de llevárselo al depósito, porque, claro, no era justo que tuviera que pagar una multa si no había aparcado mal y, claro...". Wendy cogió el mando a distancia del televisor, subió el volumen y cambió de tema con un regate magistral: "Mira, comienzan las noticias!".
Que fantástica serie "Los Snorkels"! Y que parecidos a los Pitufos que eran los puñeteros!

1 comentario:

Horrabin dijo...

Si es que cuanto más cutre y "destrozao" está el coche, más cariño se le coge.

Todavía recuerdo emocianado el Panda destartalao que me dejaba mi tio para salir con los amigos el fin de semana.

¡Vivan los snorkel-coches!