miércoles, 13 de junio de 2007

Murallas de...

Mis críticos, capitaneados por Garfio, me acusan de dejado, de incumplidor, de impresentable... Yo no tengo otro remedio que darles la razón y mirar al suelo. Incumplo incluso mis mismas promesas. Hace dos o tres semanas quería escribir este post para dar las gracias a una persona. Hoy, por fin, me puse las pilas, me di cuerda y me puse ante la pantalla. Ahí va:

Me convenció en una noche de astrolabios y borrachera. Él actuaba al cabo de una semana en su ciudad costera, y me invitó a actuar con él, para "hacerme un nuevo público". Entre bromas y risas, consiguió mi "Sí, quiero". Así fue como crucé el puente del diablo para entrar en casa de un anticuario. El anticuario había encerrado en un cuarto oculto una especie de teatro, con telón y todo, que me impresionó sobremanera. Entonces llegó él, se alegró de ver cumplidas (aunque sólo sea por una vez) mis promesas y empezó su concierto. Me invitó a su país de las mil maravillas, aunque él (encantador de ilusiones) afirma que no hay maravillas en el mundo. Y delante de ¿50, 100 personas? y un micrófono mostré mis entrañas. Por suerte, no me acompañó su amiga Soledad, sinó que fue él quien me acompañó con su guitarra y su mirada de complicidad. Y la incredulidad dejó paso a los aplausos y la inseguridad dejó paso al orgullo. Cuando la luna decidió irse a dormir, nosotros nos despedimos con abrazos y besos. No sé si me hice un nuevo público, pero esta experiencia me abrió nuevas puertas en la mente. Creó que él también estaba contento de nuestra conjunción. Las despedidas nunca fueron tan alegres. El último adiós llevaba impreso, almenos por mi parte (espero que por la tuya también), una promesa de reincidencia.

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