Esto de viajar permite una especie de terapia psico-auto-oxigenante inherente al propio hecho de viajar a un país extranjero: Desconectas del mundo, no ves la televisión (y si la ves no entiendes nada de lo que dicen), no lees diarios (y si los lees no entiendes nada de lo que escriben). Esto permite pensar y sentir por uno mismo, darle importancia a las relaciones humanas, reflexionar...
Wendy y uno estaban tan desconectados del mundo que no nos enteramos que apenas a 4 horas de donde tomabamos un té, en la ciudad marroquí de Meknés, Al-Qaeda había perpetrado un ataque terrorista contra un autocar de turistas. Esta vez, sin víctimas!
Lo malo es que todos los beneficios de la terapia se cortan en seco en el momento en que sales del aeropuerto del Prat. Sin darte cuenta, llegas a casa y, como quien no quiere, enciendes la tele para ver si ha cambiado o continúa igual. Entonces, te encuentras con un anuncio de Corporación Antiestética en la que una chica comenta:
"Siempre quise tener más pecho. Al final, mi novio me animó a que llamara a C.A. y ahora mi sueño se ha hecho realidad y estoy más feliz con mi nueva imagen".
No sé si fue Miquel Calzada o Antonio Gasset (o quizás otro) que definió los anuncios como unos cortometrajes en los que la gente siempre era feliz. Lo que no especificó es que para encontrar la felicidad una mujer debe ser obligada por su pareja a pasar por quirófano.
Tras el anuncio, Wendy me miró ofendida y me preguntó: "¿ponemos una peli, aunque sea de terror?".
miércoles, 29 de agosto de 2007
Volver
Dicen que el viajero piensa más en el regreso que en la partida. Lo que nadie explica es que a la vuelta uno se encuentra con la rutina instalada en su casa y con las responsabilidades, mientras que durante el viaje uno siente la extraña sensación de sentirse libre.
Wendy y un servidor fuimos al país de Alí Babá, al país de las calles perfumadas de incienso, al país del té con menta. Recorrimos las calles abarrotadas de Marrakech, sentimos la soledad que se siente escuchando el silencio que impera en el desierto y nos relajamos en ese oasis marroquí que se llama Chaouen.
Ahora que ya hemos vuelto, añoramos más que nunca las pintadoras de henna, los aguadores, el regateo en cada esquina... Hasta la próxima, Inshalá!
Wendy y un servidor fuimos al país de Alí Babá, al país de las calles perfumadas de incienso, al país del té con menta. Recorrimos las calles abarrotadas de Marrakech, sentimos la soledad que se siente escuchando el silencio que impera en el desierto y nos relajamos en ese oasis marroquí que se llama Chaouen.
Ahora que ya hemos vuelto, añoramos más que nunca las pintadoras de henna, los aguadores, el regateo en cada esquina... Hasta la próxima, Inshalá!
miércoles, 1 de agosto de 2007
Vacaciones (II)
Toc, toc.
- ¿Quién es?
- Soy yo, tus vacaciones. Abre la puerta.
- Hombre, ¿qué pasa? Te he estado esperando tanto tiempo que ya no recordaba que habíamos quedado. Parecía que no ibas a venir nunca. ¿Qué ha pasado?
- Nada, lo de siempre. El trabajo que nunca se acaba, y después me he encontrado con una retención en el centro que no me ha permitido llegar antes. Lo siento.
- Bueno, tranquilo, al menos ya has llegado, y eso es lo importante.
- Y, bien, ¿qué habías pensado hacer? ¿Has preparado algo?
- Pues la verdad es que no. Podríamos comenzar con sentarnos un rato en el sofá a dejar pasar las horas ante la tele. En agosto, la programación es fantástica, repiten todas las series que ya hemos visto centenares de veces... Y con anuncios de matamosquitos, de viajes a mitad de precio...
- Y, ¿después?
- Después, ya veremos.
Unos diez minutos después.
- Realmente, ¿no te cansas nunca de estar sentado en el sofá, tocándote los ... y viendo la ...?
- No, ¿y tú?
- Bueno, es que estaba pensando en dar una vuelta, hacer un viajecito...
- Pero, si ahora comienza la reposición de aquella peli basada en hechos reales tan guay que han repetido en Antena 3 unas 147 veces.
- Ya, pero es que yo tengo mucho trabajo, con tanto ocioso en agosto, y, claro, debería ir pasando...
- Venga, quédate un poco más, sólo un poquito más.
Unos 31 minutos después.
- Bueno, ahora sí que sí, debo marcharme.
- Pero, ¿por qué? Si aún quedan muchas cosas por hacer. ¿Por qué no vamos a la playa, o al campo?
- No creo que puedas. No te has dado cuenta, pero mi tiempo aquí se ha acabado. Mañana debes volver al trabajo, y yo debo irme sin falta al otro hemisferio.
- ¿Mañana? ¿Trabajo? Pero si me quedan un montón de cosas por hacer... No habría otra forma. ¿Una excedencia?
- A ver. Tengo un primo, tiene mucho trabajo, pero quizás podría hacer un hueco en su agenda. Ten su número de teléfono, se llama Paro. Dile que vas de mi parte.
- Bueno, no lo tengo muy claro. Ya me lo pensaré. Igualmente, tú y yo nos vemos pronto, ¿no?
- No lo sé. Quizás, de aquí un año, ya veremos, hasta pronto!
- Adiós.
- ¿Quién es?
- Soy yo, tus vacaciones. Abre la puerta.
- Hombre, ¿qué pasa? Te he estado esperando tanto tiempo que ya no recordaba que habíamos quedado. Parecía que no ibas a venir nunca. ¿Qué ha pasado?
- Nada, lo de siempre. El trabajo que nunca se acaba, y después me he encontrado con una retención en el centro que no me ha permitido llegar antes. Lo siento.
- Bueno, tranquilo, al menos ya has llegado, y eso es lo importante.
- Y, bien, ¿qué habías pensado hacer? ¿Has preparado algo?
- Pues la verdad es que no. Podríamos comenzar con sentarnos un rato en el sofá a dejar pasar las horas ante la tele. En agosto, la programación es fantástica, repiten todas las series que ya hemos visto centenares de veces... Y con anuncios de matamosquitos, de viajes a mitad de precio...
- Y, ¿después?
- Después, ya veremos.
Unos diez minutos después.
- Realmente, ¿no te cansas nunca de estar sentado en el sofá, tocándote los ... y viendo la ...?
- No, ¿y tú?
- Bueno, es que estaba pensando en dar una vuelta, hacer un viajecito...
- Pero, si ahora comienza la reposición de aquella peli basada en hechos reales tan guay que han repetido en Antena 3 unas 147 veces.
- Ya, pero es que yo tengo mucho trabajo, con tanto ocioso en agosto, y, claro, debería ir pasando...
- Venga, quédate un poco más, sólo un poquito más.
Unos 31 minutos después.
- Bueno, ahora sí que sí, debo marcharme.
- Pero, ¿por qué? Si aún quedan muchas cosas por hacer. ¿Por qué no vamos a la playa, o al campo?
- No creo que puedas. No te has dado cuenta, pero mi tiempo aquí se ha acabado. Mañana debes volver al trabajo, y yo debo irme sin falta al otro hemisferio.
- ¿Mañana? ¿Trabajo? Pero si me quedan un montón de cosas por hacer... No habría otra forma. ¿Una excedencia?
- A ver. Tengo un primo, tiene mucho trabajo, pero quizás podría hacer un hueco en su agenda. Ten su número de teléfono, se llama Paro. Dile que vas de mi parte.
- Bueno, no lo tengo muy claro. Ya me lo pensaré. Igualmente, tú y yo nos vemos pronto, ¿no?
- No lo sé. Quizás, de aquí un año, ya veremos, hasta pronto!
- Adiós.
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